Podría imaginar el primer canto rodado del que salió un corazón,
incluso los rostros de nuestros antepasados milenarios al darlo y recibirlo.
Pero sin embargo no estoy.
El sentimiento de no pertenencia a veces es libertad otras desarraigo.
Me siento a medio camino.
Bebo un trago de agua, hace horas que dejó de estar fría.
Tomo dos piedras, las golpeo una y otra vez, no consigo nada más allá que un dolor intenso en mis manos. Estas que no son aquellas.
No sujetan como antes ni pueden escribir como antes.
Ya ni siquiera soy manos.
Quizá soy el trozo de piedra que sobró de aquel milenario corazón.